Era un chaval de tan solo 16 años, de cuerpo delgaducho y endeble, de espíritu inquieto y rebelde y de personalidad insegura y agitada por las continuas embestidas de aquella gente a la que le es fácil herir a los demás.
Un buen día y por casualidades de la vida, conocí a través de un amigo el Karate, palabra para mi y para la mayoría de la gente de ese momento por completo desconocida. Este amigo me invitó a presenciar un entrenamiento y sin pensármelo dos veces me inscribí en las clases. Alimentaba mi ilusión, me imagino que como muchos de los chicos de esa época viendo películas de Bruce Lee, estas contenían una extraña combinación de acción, fantasía e idealismo, en las que se emplea el arte marcial a la usanza Quijotesca y donde siempre ganan «los buenos» en defensa de unos ideales y de los valores humanos. A partir de ese momento me convencí de que eso era lo mío y algo en mi interior me impulsó a practicarlo.
He practicado y aprendido con varios maestros la técnica del Karate, a saber: Hiromichi Kohata (maestro con quien me inicié), José Luis Prieto en la época de cinturón verde hasta Cinturón Negro Primer Dan.
A partir de Segundo Dan y hasta Cuarto Dan: Joaquín Fernández Vázquez (maestro con el que me inicié en el estilo Shotokan), como instructor habitual y además con otros maestros de renombre a través de cursos técnicos, entre ellos Kanazawa, Taiji-kase, Hiroshi Shirai, Masao Kawasoe, Osamu Aoki, Kasuya, y un largo etc. Hay también otro maestro a quien sigo en la actualidad técnicamente y es el señor D. Marceliano Gómez.
Todos ellos me han aportado cosas interesantes en cuanto a aspectos técnicos y por ello les estoy agradecido, pero quien más ha influenciado en mi como persona es el Maestro D. Antonio Oliva Seba, quien además de enseñarme la táctica me ha mostrado el Do.
Han transcurrido 26 años, de los cuales 20 he compatibilizado, los continuos entrenamientos, mi formación y la enseñanza, con una jornada laboral de 8 horas en una empresa para poder vivir y sacar adelante a mi familia. Circunstancia esta que me ha obligado a redoblar esfuerzos. Hace ahora cuatro años que decidí consagrarme por completo a la práctica y a la enseñanza del Karate asumiendo las ventajas y los riesgos que ello conlleva, sobretodo en lo referente a la hipotética «seguridad» en lo laboral y en lo económico, que quizás no te pueda ofrecer la enseñanza del Karate y la dedicación a un Gimnasio, el tiempo lo dirá.
Lo que si es cierto a fecha de hoy es que el balance es positivo, pues a pesar de ser una labor ardua y a veces ingrata, te ofrece otras contrapartidas y satisfacciones en lo profesional (plena dedicación en la enseñanza, en la investigación y desarrollo de trabajos) y en lo personal (reconocimiento de tu labor y apoyo por parte de los alumnos), que compensan con creces los malos momentos.
Mi labor en la enseñanza comienza en 1985, y en la actualidad me siento satisfecho de la tarea realizada, aunque quede mucho por hacer. Pues mi objetivo era y es consolidar una Escuela de Karate más que forjar campeones. En esta escuela se han formado 85 cinturones negros desde Cinturón Negro hasta Tercer Dan, 2 Entrenadores Nacionales, 1 Entrenador Regional, 9 Monitores, 2 Árbitros Regionales. Pero lo más interesante de todo esto no son los títulos ni los grados obtenidos, sino el haber dirigido y convivido a lo largo de este periodo con unas 500 personas entre el Dojo, colegios etc., personas entre las que estuvisteis y aún estáis, que me habéis brindado la oportunidad de transmitiros mis conocimientos técnicos en este Arte, así como mi visión personal del Karate-do como filosofía (con mis aciertos y errores) y mi forma de trasladar esta visión al día a día, haciendo de ello casi una doctrina «sin caer en dogmatismos» y ser consecuente con ello.
Y sobre todo haber sido y ser amigos y compañeros infatigables.
Creo y asevero que la semilla ha caído en terreno fértil. Mi labor no ha sido en vano, seguiremos caminando juntos y compartiendo días y experiencias.
Estoy orgulloso por teneros como alumnos y me considero afortunado por ello.
¡OSSS!
Autor: José Ramón Álvarez Ruiz-Huidobro
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