El mal uso de la influencia profesor-alumno en la enseñanza del karate-do en los umbrales del 2º milenio.
Con este artículo propongo establecer un equilibrio entre las dos desviaciones de la normal influencia que el profesor de karate y A.M. en general ejerce en sus alumnos a través de su actitud. Ya que no solo estamos enseñando una técnica enfocada más o menos al combate reglado o a la defensa personal. Si no que además como educadores y formadores de personas debemos de considerar las nocivas consecuencias que esta influencia usada de forma negativa puede generar en quien la recibe.
En la actualidad, por un lado existen indicios de una pérdida y abandono de actitudes y valores que siempre han estado presentes en el karate-do y que a muchos de nosotros en algún momento de nuestras vidas nos han impulsado a su práctica en primer lugar y su enseñanza posteriormente.
Viendo como en ambientes cercanos al karate-do, es decir gimnasios, exámenes, campeonatos etc. se omiten gestos como el saludo, o bien este se hace de forma descuidada, se entra o se sale del tatami sin pedir permiso al profesor, o se entra mascando chicle y esto es permitido por el profesor. Mostrarse y manifestarse en desacuerdo con un tribunal o arbitro de forma irregular e irrespetuosa. Alejarse dando la espalda a un tribunal después de haber sido requerido el alumno por este para cualquier pregunta, la falta de compostura delante del mismo, la falta de actitud en el transcurso de un examen, ir desaliñado, mal aseado o con el karategui mal puesto, dar voces o alborotar en un campeonato, como si de un partido de fútbol se tratara, etc. Y lo que es peor, ver a algunos personajes importantes dentro del mundo del Karate (véase profesores, jueces, etc.) caer en este tipo de actitudes, delante de sus propios alumnos y de otros profesores y karatecas, lamentable.
Por otro lado existen falsos «nuevos Budas», «Funakoshi», «samurais», «Iluminados», «invencibles» «supereficaces», etc. Es decir fanáticos ignorantes que se instalan en su propio cetro, al cual llaman erróneamente dojo, utilizan de forma despreciable, la influencia que el «maestro» tiene sobre el alumno, se suben al pedestal y poco menos que obligan a sus alumnos a «adorar al becerro de oro». E imponen como si de un dogma de fe se tratase y a sangre y fuego sus criterios.
Poniendo cortapisas a que el alumno piense, evolucione, tenga los suyos propios o incluso partícipe de otras ideas diferentes a las suyas. Se establece por tanto, una relación servil en la que todo lo que dice el maestro tiene que Ir a «misa», so pena de «excomunión». Para este fin invocan entre otros, los tan cacareados y quijotescos valores del DOJO KUN que afortunadamente tenemos en el karate-do: la disciplina, el esfuerzo, la constancia, la lealtad al maestro, el respeto a los demás, reprimir la violencia, la amistad etc. Pero que ellos mismos deshonran e infringen a la vuelta de la esquina, al esgrimir frases tales como:
Nuestro estilo es el mejor, porque con tal o cual golpe podemos derribar a cualquier oponente, tal estilo no sirve para nada, lo único que importa es la eficacia, por que el maestro «fulano» es invencible utilizando estas técnicas y un largo etc. que sería penoso recordar. Descalificando todo aquello que ellos desconocen o simplemente lo que es diferente a lo que ellos practican y enseñan, pues en esto se basa su sistema de marketing. Convirtiendo al alumno en un verdadero «Kamikaze» que no ve más allá de sus narices, sobretodo si este es un niño, adolescente o joven. Claro está que a un adulto que esté en sus cabales no se presta tan fácilmente a tan infame lavado de cerebro.
Todos estos síntomas, son producto de miedos, inseguridades y complejos no superados que se traducen en actitudes, presuntuosas, prepotentes y cobardes que son utilizadas de forma egoísta y exclusivamente en conveniencia propia y flaco favor le hacen al karate-do.
Yo estoy a favor de la disciplina, pero libremente aceptada, no impuesta de forma autoritaria, porque con ello solo conseguiré miedo de mis alumnos no respeto.
Estoy a favor de las buenas formas del dojo o gimnasio o como le queramos llamar, pero sin caer en actitudes teatrales, queriendo ser más papistas que el Papa, tiene que haber sencillez y sinceridad.
Al alumno si comete alguna falta hay que corregirle o reprenderle con gran firmeza, pero sin humillarle, si le damos respeto nos devolverá respeto. Lo que yo le explico, tiene que aceptarlo basándose en la comprensión y en el sentido común, no sólo por que yo se lo digo. Sobre todo debo de darle ejemplo siempre, solo así podré esperar su lealtad y confianza.
No debemos de predicar aquello en lo que no creemos.
Todas estas actitudes, relegan a nuestro arte a un puro ejercicio mercantilista, donde únicamente importa la cantidad de alumnos que llenan los gimnasios, el medallero, las copas y los campeonatos que se han ganado, en función exclusiva del poder político y económico que genera.
Autor: José Ramón Álvarez Ruiz-Huidobro
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