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Apenas era una niña de 7 años, pequeña y gordita, cuando me introduje por primera vez en este mundillo del karate. La iniciativa surgió principalmente de mi padre a quien siempre le encantó este arte marcial. En un primer momento, nuestra intención era hacer un «deporte» con el que poder mantener un poco la línea y aprender, al mismo tiempo, un método de defensa, pero mi actitud perfeccionista y meticulosa a la hora de hacer las cosas hizo que se fijaran en mí como una futura buena competidora. Tras proponernos las expectativas fijadas, el número de horas de entrenamiento comenzó a aumentar considerablemente. Quizás el motivo por el que aguanté la presión a la que empezaba a estar sometida a esta temprana edad fue la actitud de comprensión y cariño que me mostró mi primer maestro José Luis Prieto González, persona a la que tengo un especial cariño y a quien debo la buena base que adquirí en mi primera época en el Colegio Público José Bernardo, y gracias a quien conseguiría posteriormente muy buenos resultados.

La participación en las competiciones finalizaba realmente con unos resultados positivos, lo que hacía que las metas se situaran cada vez más altas. Lo que en un principio se había planteado como una nueva experiencia, ahora se estaba convirtiendo ya en algo más, algo con lo que todos disfrutábamos pero que requería muchas horas semanales de duro trabajo, tiempo que por otro lado debíamos quitarnos de jugar o de dar un paseo con nuestros padres. La consecución de todos estos resultados conllevó mi traslado hacia un Gimnasio cuyo nombre prefiero omitir , donde las horas de entrenamiento si que aumentaron, hora y media o dos horas diarias era lo que debíamos trabajar si queríamos mantener nuestros altos resultados en las diferentes competiciones.

A partir de aquí, comenzó una nueva etapa en la que los objetivos se vieron ampliados, ahora ya no valía ganar un campeonato de promoción y llevarse una gran alegría sino que había que ganar los campeonatos oficiales de Asturias y los cuales eran clasificatorios para el Campeonato de España. Esto ya era más duro. No sé como ni por qué razón iba siempre ganando todos los trofeos de promoción y cuando llegaba el Campeonato de Asturias, ¡pum! cuarta clasificada. Esta fue la época en la que empecé a comprender que no sólo la fuerte predisposición para el trabajo era razón y motivo suficiente como para ganar un campeonato sino que existían claros intereses entre los propios profesores que ocupaban los altos cargos políticos dentro de la Federación y los cuales se hacían favores los unos a los otros. Con esto no quiero decir que todo el mundo que ganaba no se lo mereciera pero había alguna gente que realmente daba pena y, sin embargo, en los Campeonatos oficiales se pasaban por delante de otros, que a mi parecer, eran mucho mejor que ellos, por el simple hecho de pertenecer a un gimnasio cuyo dueño ocupaba un alto cargo político. No obstante, en ese momento y como una niña de diez o doce años que tenía intentaba una y otra vez el mismo objetivo, pero siempre me daban candela. Por culpa de todo esto, cuando cumplí aproximadamente los trece años yo pensé que si adelgazaba un poquito quizás consiguiera moverme de una manera que resultara más atractiva a la vista de los árbitros ya que todas mis rivales eran niñas delgaditas, lo que conllevó que cayera enferma y entrara en un proceso de anorexia nerviosa del que me costó bastante tiempo salir. A partir de este momento, empecé a comprender que no merecía la pena todo ese esfuerzo por ganar, ganar y ganar si después por esa causa caía enferma y entonces si que ya no podía ni ganar, ni lo que es aún peor, vivir feliz ya que llega un punto en que no tienes fuerzas ni ganas de hacer nada, te pones de muy mal humor y empiezas a atacar y a odiar a todas las personas que intentan ayudarte y quienes en esos momentos piensas que lo único que desean es fastidiarte.

Posteriormente, a partir de los 15 ó 16 años, me fui poco a poco desvinculando del mundo de la competición. Sí que participé y gané algunas competiciones a las que me presenté por pasar un rato agradable con la gente a la que había conocido a lo largo de todos esos años atrás, pero no proponiéndome a partir de ese momento ningún tipo de objetivo a cumplir sino más que la mera diversión. Para conseguir esto me vi obligada a cambiar el chip con el que había funcionado durante tanto tiempo, lo cual me costó bastante, todo hay que decirlo, pero el esfuerzo que dedicaba todo el día a preparar competición preferí destinarlo a aprender karate de verdad, no karate deportivo, porque nada tiene que ver el karate con eso que yo había hecho hasta el momento.

La verdad es que yo siempre había estado cegada en que lo que yo conocía era lo único e irrepetible y que el ganar competiciones iba asociado al ser mejor o peor karateca, pero a lo que realmente va asociado es a ser un mejor o peor competidor, lo cual para mí ahora ya no significa demasiado porque yo por ser una buena competidora había renunciado a saber karate, a saber defenderme y a comprender la verdadera filosofía de este arte del que la mayoría de los buenos competidores desconocen muchas, muchas cosas.

En la actualidad, yo dirijo un grupo de competición de 15 niños aproximadamente en el Gimnasio Okinawa, pero les planteo las clases de entrenamiento tan sólo dos horas a la semana. No quiero que los niños se lleguen a agobiar por cuestión de las competiciones. Sí que me gusta cuando alguno de ellos gana una medalla o una copa, mentiría si dijera lo contrario, pero no les dejo anteponer para nada las clases de competición sobre sus horas reales de entrenamiento. Si alguno, con afán de más entrenamiento me pide entrenar más horas aparte, sí que lo hago pero siempre y cuando me prometan que el perder o el ganar no va a ser lo único para ellos sino que lo van a tener como una mera práctica para aprender y mejorar pero no sólo cara a una competición sino cara a futuro cinturón negro y a una mejoría de su ser como persona. Otra de las cosas que les tengo planteadas es que la rivalidad y afán de superarse es bueno, pero siempre y cuando no se lleve a extremos. No me gustaría ver a estos niños que insultan o se enfadan con otros por el hecho de perder ante ellos o que se burlen de los mismos si es que les ganan, lo mejor y en lo cual me encuentro trabajando es que desarrollen el compañerismo ante todo y que ganen o pierdan ellos seguirán siempre siendo mis alumnos, amigos y personas a las que yo brindo mi respeto y a quienes doy las gracias por haber confiado en mi trabajo.

A todos aquellos que puedan estar leyendo este artículo gracias por haber dedicado estos minutos en conocer mi opinión acerca de este mundo del karate tanto deportivo como tradicional, y espero que entre todos logremos cambiar esta mentalidad tan competitiva que se está creando entre los más pequeños ya que si no todos ellos acabarán siendo adultos egoístas y egocéntricos que encontrarán muchas dificultades para desarrollarse como personas, lo cual conllevará, en un fututo, la destrucción de la mayor parte de las relaciones personales. Esto es posible transmitirlo a través del karate porque analizando pormenorizadamente el mismo se puede observar que es en cierto modo la vida misma.

Autora: Vanesa García Pérez

2º dan de karate

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