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Reflexiones realizadas por D. José María Cagigal (a solicitud de D. Antonio Oliva Seba) publicadas en la Enciclopedia Práctica de las Artes Marciales (editorial Nueva Lente, Madrid, año 1982-1983).

Hoy, con excepción de países muy determinados del extremo oriente, la sociedad los encuadra dentro de este complejo subsistema social que se denomina deporte. La historia de cada una de las artes marciales nos enseña como surgieron, bien como adiestramiento general para la guerra, bien como capacitación para una defensa en inferioridad de condiciones (el desarmado frente al armado), como adiestramiento de samuráis para defender a un «Daimio» o señor, o para su autarquía para samuráis independientes, etc.

Se han constituido muchas formas de artes marciales, algunas modalidades son derivadas de troncos comunes, otras tienen descendencia directa de formas específicas de defensa y combate de determinadas regiones, de culturas locales de China, Japón o Corea.

El estudio de los orígenes históricos, diferenciación, características específicas de cada una de estas modalidades, constituye un tema apasionante, tanto más dificultoso cuanto con más rigor se intente fundamentar en datos históricos o tradiciones culturales, con frecuencia imprecisos. en general todas son prácticas orientales, marcadas por su propio entendimiento de la vida. Religiones, sistemas sociopolíticos y militares, costumbres populares, condicionamientos étnicos y geográficos han ido dejando su huella. no se trata tanto de rastrear historias cuanto de intentar , a partir de la actual realidad de las artes marciales, mirar un poco al futuro. cada una de las artes constituyen de alguna manera un deporte distinto, con sus comportamientos, ritos, reglas, puntuaciones, pero precisamente lo que a todos ellos otorga un carácter extradeportivo es un conjunto de valores generales, un algo común que las singulariza y las identifica, frente al resto de formas deportivas hoy vigentes en el mundo. Este algo es el que interesa ahora destacar, a la búsqueda de un valor universal para el hombre de nuestro tiempo.

Entre las numerosas artes marciales, algunas han alcanzado mayor universalidad: judo, karate, taekwondo, kung-fu, aikido, kendo. Hay diferencias de técnica; disparidad en formas de comportamiento, incluso diversidad de origen étnico (China, Japón, Corea ….). Sin embargo se entroncan en un espíritu común, en una filosofía de la vida y de la relación humana.

Un hombre clave para la identificación del Judo, en la maduración y sinterización de sus valores, en la incorporación y modernización del ímpetu y sabiduría del antiguo jiu-jitsu, fue Jigoro Kano. en la fundación de su escuela de Tokio, y en la denominación de tal escuela se encuentra concretado el mensaje al mundo contemporáneo de una filosofía hecha práctica y por él convertida en pedagogía. en el «Kodo-kan» se enseña el camino de la propia vida. Kano convierte toda una tradición de luchas, desafíos, juegos, costumbres populares, en pedagogía básica para vivir. No porque allí puedan aprenderse todas las técnicas y habilidades de la vida contemporánea, sino porque se accede a un valor básico para la vida, la de cualquier tiempo y lugar.

Son varios y muy trascendentales los hallazgos que se encuentran en el judo tal y como lo entiende y formula Jigoro Cano. En primer lugar, es una filosofía alcanzada mediante la práctica. Frente a la escisión entre intelectuales (cuya cumbre eran los filósofos) e iletrados, radicalizada la cultura occidental por las exigencias de la ciencia y los condicionamientos de la técnica, este camino de la propia vida, un tipo de sabiduría, la que a cada uno le conviene poseer. Pero no es una revolución de fuera adentro, como lo son las revoluciones políticas: periféricas, llamativas, nunca profundas ni estables; sino de dentro afuera, «el camino de su propia vida». Arregle cada uno su morada interior, y la «civitas» quedará compuesta. Coincide, prácticamente, con el mensaje de todos los movimientos religiosos. Este arte sintetizado en Judo es una vía de profundización, de interiorización; opuesto a una tendencia disolvente del mundo moderno que lleva a la exteriorización, a la huida de sí mismo, a la peor alienación. Y para este proceso de internalización es menester trabajar asiduamente -practicar- el autoconocimiento y el autocontrol, la perseverancia, la superación del desánimo, para entendiéndose a sí mismo, entender al otro y respetarlo. Se accede a la libre decisión sobre sí mismo. Y Siempre unidos – mejor identificados- cuerpo y espíritu. Es una pedagogía de la libertad y del esfuerzo, síntesis que no han logrado alcanzar, cien años después los más radicalizados movimientos de revolución educativa, siempre pertinaces en enfrentar irreductiblemente libertad y esfuerzo personal. Kano lo puso en práctica, lo transmitió. Solo parcialmente fue entendido. Muchos de los actuales judokas y expertos en otras artes marciales opinan que esta filosofía de Jigoro Kano, muy bella, es romanticismo pasado. No se han enterado de lo más poderoso, humanamente hablando, y lo más actual del mensaje del gran maestro. Desde una perspectiva axiológica, el futuro de las artes marciales esta en la salvaguarda -en la recuperación en muchos casos- de esta filosofía de la vida a la que se puede acceder mediante la práctica pedagógicamente bien entendida.

Cuando Jigoro Kano fundó el Kodokan (1882) desconocía, naturalmente a Freud, qie era todavía un joven estudiante de Viena. No se incluso si, posteriormente, llegó a tener conocimiento de sus teorías. Y sin embargo instaura una conducta terapéutica directamente aplicada a las crisis del mundo moderno.

Va a la raíz de las fuentes neuróticas: la inseguridad, el miedo, la venganza contra el opresor, el complejo de inferioridad, la pérdida de conciencia de la corporalidad. Kano pretende un hombre más alejado de la violencia poruq eha perdido el miedo al enemigo en el que convergían todos los fantasmas opresivos; porque le ha transformado en simple adversario, y, si es posible en compañero. La sociedad no tiene porqué ser hostil una vez superado dentro de sí mismo el miedo infantil, que suele seguir ordenando tantas conductas de adulto. La interesante proliferación de terapias prácticas que en el correr del siglo XX se han ido configurando (terapia ocupacional, terapia relacional, terapia del esfuerzo, ludoterapia, etc,) están prácticamente en el programa del Kodokan.

En la historia moderna del Karate destaca en el siglo XVII en Okinawa el maestro Ku-Shan-Ku, y, posteriormente, en el siglo XIX Sookon Matsumura con sus célebres discípulos Yasutsune, Azato, Ishimine. El gran maestro modernizador y sintetizador del Karate, a comienzos de este siglo, es Gichin Funakoshi, en alguna manera parangonable a Jigoro Kano . La diferencia fundamental entre el Judo y el Karate estriba en que en el segundo existe el mínimo contacto corporal posible entre los adversarios, la lucha se centra en la búsqueda de golpe certero y fulminante, mientras que en el Judo no se rehuye el contacto con tal de buscar mediante el movimiento oportuno la suma de energías de los dos luchadores.

Pero en un nivel más profundo, psicológicamente, ambos coinciden, al igual que las demás artes marciales, en la interiorización, en la concentración en sí mismo para actuar con tanta mayor eficacia cuanto mejor se haya logrado ésta, añádase el control corporal, la perseverancia, la superación del desánimo, etc., y se configura un panorama psíquico idéntico en las diversas artes marciales.

En la construcción de una de una estructura interna mediante la práctica asidua y la búsqueda de un sentido a esta conducta personal y al entendimiento de la vida, de ella derivada, consiste la esencia del Karate y de las artes marciales afines.

Al judoka, lo mismo que al karateka o a cualquier experto en artes marciales, ciertos sectores de la sociedad tienden a considerarle un matón en potencia. La comercialización de las escenas marciales de violencia contribuyen a potenciar esta imagen. La adquisición de una mayor capacitación física y combativa estimula esta fácil comercialización. También es cierto que aparecen grupos de karatekas, judokas, etc. que fomentan esta leyenda. Son minoría, indudablemente, pero no deja de oírse de cuando en cuando la hazaña de algún matón.

Una política de aislamiento de estos grupos minoritarios por parte de la gran colectividad, una acción positiva de desprestigio, de vacío, contribuiría a depurar esa imagen parcialmente deteriorada. El tema es difícil, dadas las características sensacionalistas predominantes en la información, dada la generalizada importancia de la materia, no sólo por parte de los profanos, sino de algunos mismos practicantes, y dada proclividad de la sociedad a aceptar los estereotipos sensacionalistas. Pero la dificultad no debe inducir a la dejación de una campaña que debería ponerse en práctica con toda firmeza.

El más bello futuro de las artes marciales está en su capacidad de transmitir estos mensajes psicológicos a un mundo urgentemente necesitado de ellos. Sobre este panorama psicológico se edifica el mensaje moral-social, más generalmente conocido: respeto al adversario, simbolizado en el ceremonial, lealtad en la lucha, honorabilidad, acatamiento de reglas y ritos. En un buen entendimiento de la doctrina sintetizada por Kano, estas características comportamentales del combatiente no son simples actos de acatamiento formalista y formulista, sino el resultado de una estructura interior de la persona. A tal estructura o condición moral-personal tienden las prácticas denominadas arte marcial.

De la capacidad de autodepuración que tengan los propios grupos sociales constitutivos de las artes marciales depende un futuro fecundo en valores humanos o un futuro empobrecido en unos simples ritos carentes de capacidad pedagógica, aptos para que la curiosidad testimonial de futuros zoo-antropólogos se limite a catalogar conductas humanas simplemente pintorescas.

Del tipo de responsables, federativos, técnicos, que vaya predominando en las diversas modalidades se podrá ir deduciendo cuáles pueden ser en algunos años los derroteros que tomen las artes marciales. En un sistema de asociaciones que eligen sus propios dirigentes -tal es el de la mayor parte de las federaciones deportivas del mundo- queda en manos de los propios asociados potenciar a los que tengan una u otra mentalidad. Pero para saber a quién se elige y por qué razones, a parte de conocer a las persona, es útil saber el trasfondo, los valores de esa conducta singular por la que se han asociado unos con otros. Aquí, más que en otras macroestructuras del mundo actual, el futuro está aún en manos de los protagonistas de la propia conducta.

Hasta dónde las artes marciales para lograr un mejor deporte.

Las artes marciales, en alguna manera, se están occidentalizando. No sólo se han extendido por estos países, sino que se están revistiendo de algunas características deportivo-occidentales. Así por ejemplo, el taekwondo está cambiando algunas reglas con el intento de acceder un día al programa de los Juegos Olímpicos. No hay que olvidar que el judo debe gran parte de su explosión internacional de los últimos años a su entrada en los Juegos Olímpicos desde 1964 en Tokio.

Hay una apertura de occidente a las riquezas de oriente. Y viceversa.

No es novedad, pero se asiste a una reactivación. Son como dos supercivilizaciones que en los últimos tiempos han intensificado su mutua curiosidad y su intercambio. Sucede en diversos niveles de la cultura (arte, ciencia, técnica, industria) y sucede también en el deporte. Este intercambio no se realiza sin adaptaciones. Lo importante para que todo intercambio sea fecundo es que tales adaptaciones no alcancen a la sustancia del producto.

La acogida y la expansión que el deporte occidental ha realizado con las artes marciales ¿ha supuesto alguna adulteración en ellas?, ¿alguna marginación de valores, de estilo?

Para este modesto apunte basta la sugerencia de esta problemática: y, con ella, alguna última reflexión que pueda ayudar a una toma de atención.

Hay muchas formas de vivir el deporte (como higiene, como juego, como evasión, como espectáculo, como esfuerzo, como reto, no netamente excluyentes unas de otras). Con todas ellas se configuran dos grandes tendencias que alargan el espectro del deporte hasta límites casi contradictorios: el deporte-práctica y el deporte-espectáculo. El primero es deporte original; el segundo es la última consecuencia de su desarrollo y popularización mediante la intervención de otros intereses (el mercantil y el político). Pero ambos se condicionan, se influyen. Por eso la atención a uno de ellos no debe pasar por alto, como si se tratara de una cosa ajena, la problemática del otro.

Aparte de sus beneficios directamente corporales (salud, cualidades orgánicas básicas, etc.) el deporte práctica puede ofrecer a sus adeptos bienes psicológicos, enriquecimiento personal. hoy se está desarrollando un importante capítulo de investigaciones para comprobar las secuelas de la activación corporal en otros parámetros de la persona: en la inteligencia, en la afectividad, en la capacidad de relación, etc. Las psicomotricistas ahondan en este terreno. Se proyecta hacia una nueva pedagogía, inspirada a partir de los hallazgos de la psicología evolutiva, que atribuye a la actividad corporal desde edades muy tempranas una enorme trascendencia en el completo desarrollo de la persona. En estas experiencias se apoya la tesis del regreso de la actividad físico-deportiva a la escuela y a la pre-escuela como uno de los comportamientos básicamente educativos del niño.

Éste es uno de los confines donde alcanza por un lado -esperanzadoramente positivo- el deporte de nuestro tiempo. Pero en la vertiente contraria, al otro extremo, el deporte se halla amenazado por oscuros presagios.

Motivado por la mercantilización, el deporte de alto nivel se halla atraído hacia un tipo de práctica directamente mesurada por la valorización crematística. En determinados niveles de «campeonismo» se gana dinero. Es conducta lícita a la que no se puede objetar nada ni legal ni moralmente. Pero ahí pierde el deporte algunos de sus principales valores. Deja de ser una manera peculiar de sentirse a sí mismo, de expresarse, de entender la vida, para igualarse a cualquier otra conducta mercantilista.

El deporte de alta competición es cada vez más una feria donde se compra con dinero un récord, una performance, al igual que se paga una firma o un royalty. Y esto se produce de forma similar en los países de libre contrato profesional y en aquellos en que no está permitido el profesionalismo deportivo. En vez de sueldos o fichajes, se estimula en estos últimos con el puesto profesional, el estatus social, la condecoración de tal o cual grado a la que va aneja tal o cual sueldo rigurosamente determinado.

Todo esto está produciendo una sutil mutación: cada vez se produce menos el resultado como consecuencia natural de una excelencia interior, de un enriquecimiento personal. Se da el esfuerzo y, con el, el resultado, porque se busca directamente un beneficio determinado (dinero, status, etc.). En aras de esa búsqueda el individuo inicia y persevera en su conducta deportiva. Puede parecer parecer que haya poca diferencia entre ambos comportamientos. Sin embargo suponen actitudes realmente distintas; que pueden concretarse en conductas corporales semejantes, pero que son posiciones psicológicas dispares. Los resultados de estos dos comportamientos en la construcción de la persona son divergentes.

Esta manera de buscar una performance deportiva por ser una mercancía que adquiere precio no es ya sólo privativa de las altas competiciones. Se extiende a otros niveles . Invade incluso el ámbito escolar . Hay muchachos – y, sobre todo, padres de muchachos- que a trueque de una buena condición deportiva pretenden, exigen privilegios. becas, excepciones. Sigue siendo lícito. Pero la vida está llena de comportamientos lícitos estériles, incluso deteriorantes.

El profesionalismo, en todos sus niveles y camuflajes no sólo es lícito , socialmente aceptado. El peligro está en que el talante del deportista profesional invada otros niveles. Que el clásico espíritu deportivo sea sustituido por el deporte como mercancía; como realidad alcanzable, o como simple añoranza por lejana que esté.

Junto al comercialismo deportivo, aceptable a altos niveles, hay que intentar que el resto de los ambientes deportivos conserve la frescura de una conducta gratificante en sí misma, apta para el autoconocimiento y para la recuperación de la relación espontáneoa con el otro, al margen de estereotipos sociales. Los nuevos brotes de deporte extraorganización, extratecnicismo, tales como el «jogging» , aportan atmósfera nueva. Pero no por ello hay que renunciar a que la enorme estructura del deporte mundial organizado, tecnificado, conserve sus originales valores humanos.

Los dirigentes del deporte no deben renunciar al ingente potencial de humanismo que está latente entre sus millones de practicantes. El deporte, no sólo en sus novísimos brotes , sino en sus clásicas estructuras puede seguir siendo escuela de comportamiento, estilo de vida. Hay que procurar que el mercantilismo no vacíe prematuramente al deportista. Es más alarmante un niño que no disfruta con el deporte, pero que lo practica porque está muy bien dotado y aspira a hacer carrera que un profesional multimillonario que tuvoy tiene gran afición al deporte. Este segundo estuvo lleno; el primero se inicia desde una condición personal vacía, y mal podrá aguantar los embates de una sociedad extravertida que constantemente, empuja hacia ala huída de sí mismo.

Aquí las artes marciales pueden jugar un importante papel.

Todas las doctrinas que subyacen a las artes marciales insisten en la interiorización. Están presididas por una fundamental coherencia: llenarse primero por dentro para mejor poder aplicar la conducta hacia fuera. Todas las escuelas, lo mismo el Kung-Fu que el Ken-do, el Karate, el Judo, el Taek-wondo, el Kobudo, etc. parten de un primer aprendizaje -cuyo asiduo perfeccionamiento debe durar toda la vida- en la concentración, la interiorización, el auocontrol. No se concibe un buan aprendizaje de cualquier arte marcial que no derive de un enriquecimiento interior.

Las mismas normas rituales, que al occidental pueden parecer convencionalismo, tienen no sólo significado, sino fin práctico: el recuerdo, antes y después, a todas las horas, de que las conductas del combate son partes integrantes de una conducta humana coherente, respetuosa, acatadora de un entorno social y de una jerarquía: al menos la que emana del oponente, siempre honorable y respetable como persona.

Sería una pena que en el afán de acercamiento a una normativa deportiva occidental, más exterior, convencional y comercializada que la oriental, y hoy especialmente desnaturalizada por el mercantilismo, algunas artes marciales cediesen parte de su profundo valor comportamental.

Los responsables deportivos de estas artes marciales en occidente, deben esmerarse hasta el exceso, en el mantenimiento de unas reglas. ceremoniales y ambientes que rezuman desde un hondo sentido de la vida, de un respeto a la persona, y que antes, durante y después de cualquier combate debe respirarse.

Pienso que hasta la misma terminología esotérica cumple una función de distanciamiento con respecto a los afanes triviales de la vida y ayuda a introducir al practicante en esta atmósfera reconstituyente y educativa.

Autor: José María Cagigal

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