Es una de esas pequeñas historias que nos transmiten alegría y nos hacen reflexionar sobre la vida misma y las relaciones humanas. Dejamos a su protagonista en el anonimato, otorgándole un pseudónimo o bien refiriéndonos a el en tercera persona, pues lo importante del tema es la historia en sí misma y no el personaje.
Nos situamos en octubre de 1977, en un pequeño pueblo de la provincia de Huesca, llamado Bespén. El medio de vida de sus habitantes era y es fundamentalmente la agricultura y la ganadería, siendo muy conocido por sus vinos.
Era una noche fría y lluviosa del mes de octubre cuando a una de sus casas se acercó un joven que en esos momentos se encontraba realizando unos ejercicios de maniobras militares (de cuando aún estaba vigente el servicio militar obligatorio) acompañado de cuatro compañeros quienes le esperaban cobijados del agua y del frío en unas viejas cuadras situadas en una pedanía cercana al núcleo de casas del pueblecito. Al llegar a una de as casas que escogió al azar picó en una de las puertas con el propósito de averiguar si se encontraban en el mencionado lugar, pues ese era el punto final de llegada en los citados ejercicios militares después de varios días de caminatas por esos campos y montes de Huesca. Al poco tiempo de llamar a la puerta, abrió la misma una señora con una expresión entre sorprendida y asustada, al mismo tiempo que exclamaba ¡Dios mío¡
Al ver a nuestro personaje con uniforme de campaña, mojado y sucio por el barro de los campos; a lo que Zipi replicó, no se asuste señora somos un grupo de militares que estamos de maniobras y solo queremos saber si estamos en el pueblo de Bespén. Dicho esto la señora añadió, no es que esté asustada, es que tengo un hijo que esta prestando el servicio militar y no me gustaría verlo en las condiciones que tu estás. Acto seguido le invitó a acceder al interior de la vivienda y una vez allí y en compañía del resto de la familia y al calor de una confortable chimenea, le preguntó, ¿tendrás hambre verdad? A lo que Zipi respondió sin dilaciones a tan evidente cuestión. Inmediatamente empezaron a poner en la mesa las mejores viandas e invitaron a cenar a nuestro protagonista, quien comía «a destajo», para rematar la faena con un gran tazón de café con leche y unos dulces caseros. Entre tanto esto ocurría sus compañeros le esperaban inquietos y preocupados ante su tardanza. Al final de la cena la señora le pregunta, ¿me imagino que habrás venido con algunos compañeros no? Y al responderle este que si y sin pensarlo un momento preparó unos bocadillos de jamón para ellos y añadió una propina de quinientas pesetas para el grupo. Zipi tras despedirse de tan hospitalaria y amable familia, salió de la casa y acudió al encuentro de sus compañeros, quienes al verle le increparon por su tardanza en realizar tan sencilla gestión. Pero al explicarles este lo acontecido y entregarles los bocadillos y su parte de la propina se les pasó rápido su «enfado». De esta forma tan agradable después de las penurias pasadas, concluían las citadas maniobras militares en esa zona de los campos de Huesca.
Lo curioso de esta historia es que dicho joven, con el pasar de los años nunca olvidó aquella experiencia de uno de los episodios de su juventud, donde unos desconocidos le acogieron y tuvieron con él mismo y con sus compañeros tan noble, generoso y desinteresado gesto. Tal fue así que a pesar de no saber el nombre de la señora y de su familia, se prometió a sí mismo, y a pesar del transcurso del tiempo volver algún día a ese lugar para tener la oportunidad de recordar y agradecer a esas gentes lo sucedido en aquel momento.
Los años fueron pasando y por azar del destino, un buen día del mes de julio de 2001, en un viaje cuyo itinerario pasaba por esa región en su camino hacia Francia, se dijo a sí mismo, voy a intentarlo. Desviándose de la carretera nacional cogió el desvío a Bespén que indicaba el letrero a una distancia de 20 kilómetros . Un montón de dudas surgieron en ese momento al mismo tiempo que la emoción de contemplar la posibilidad de conseguir su objetivo, aún a pesar de haber transcurrido tantos años. Las preguntas eran muchas, ¿aún vivirá esa señora? ¿habrán ido a vivir a otro lado? Y lo más preocupante de todo era que no sabía su nombre pues en aquel momento no surgió, ni tampoco era importante. Los kilómetros pasaban y el momento se acercaba, al llegar al pueblo, la imagen real del pueblo no se correspondía con la imagen que el guardaba en sus recuerdos, además era de noche y en ese momento crucial todas las casas le perecían iguales, y de no saber por quién preguntar. Después de varias vueltas por el pueblo bajo la curiosa mirada de sus habitantes, el desánimo empezó ha hacer mella en Zipi, planteándose incluso abandonar en su empeño de conseguir el objetivo fijado, cuando en un momento de inspiración, y recordando una frase pronunciada por aquella señora pensó que podría darle alguna pista: «tengo un hijo haciendo el servicio militar y no quisiera verlo en las condiciones que tu estás» esto hizo llegar a Zipi a la conclusión de que su hijo tendría su misma edad, es decir cuarenta y cinco años en ese momento. Después de esta conclusión, decididamente se puso manos a la obra y a la primera persona que vio, un campesino del lugar, le pregunto si conocía a alguna señora que tuviera un hijo de cuarenta y cinco años, a lo que este respondió afirmativamente. Sólo había dos familias que reunían esa condición, una no me acuerdo del nombre y otra era la de la señora Ángeles. Aquello fue esperanzador para Zipi quién empezó a preguntar en la primera de las casas que le indicó el campesino.
Nuestro personaje llama a la puerta y sale una señora quien le pregunta ¿Qué desea? Como pueden imaginarse, ¿como iba a suponer la misma, quien iba a ser ese extraño quien de nuevo picaba en su puerta?. Zipi le dijo, mire señora usted no me conoce de nada pero me gustaría que me escuchase durante unos minutos en los que le contaré una historia, haber si le recuerda algo. ¿Se acuerda usted hace unos veinticuatro años, una noche del mes de octubre, a un joven militar que llamó a su puerta, etc etc,? Nada más relatar, el principio de la misma, empezó a exclamar, ¡Ai!, ¡Ai! ¿Eres tú?, ¿Eres tú? Con lo que ambos personajes se fundieron en un emocionante abrazo. Más tarde y después de ese mágico momento, charlaron sobre lo anecdótico y lo bonito de la historia. Zipi quedó satisfecho, por haber tenido la oportunidad de agradecer en persona a aquella gente, pues en su interior sentía esa fuerte necesidad de gratitud.
Moraleja: Nunca olvides a quién te ayudó y demuestra tu agradecimiento, te sentirás mejor y harás que ellos también se sientan bien.
Autor: José Ramón Álvarez Ruiz-Huidobro
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